La violencia que ha gobernado a El Salvador durante décadas ha logrado arraigarse en la cotidianidad de todos los estratos sociales, ni siquiera un acto tan sencillo como tomar el bus se ejecuta con tranquilidad. No es fácil para los usuarios y mucho menos para los choferes quienes no saben si llegarán al final de su turno con vida. Desconocen si el patrón ha pagado la cuota de extorsión que los pandilleros demandan a cada línea de bus para tener el derecho a circular, o bien, si serán víctimas de un asalto ocasional.
Sobre la ruta 30 se dicen muchas cosas: que es muy peligrosa, que es la que usan los pandilleros para sus actividades privadas como ir a la playa o a funerales. Si se le pregunta a los conductores, ellos minimizan los comentarios. Lo cierto es que la preocupación de ser una víctima latente de la violencia de las pandillas aún le roba la paz a estos trabajadores, sobre todo en la época navideña, cuando “circula más dinero en la calle”.
Pocos choferes cuentan con la suerte de nunca haber confrontado a un cobrador de extorsiones o a un pandillero, otros han sido asaltados hasta 5 veces a lo largo de su carrera y tienen como anécdota en común haber sentido el cañón de una pistola en la sien.